jueves, 29 de marzo de 2012

Toma tus alas Ya puedes volar


Esta parte de mi vida se la dedico a padres que tienen el mismo problema que tuve yo hace un tiempo atrás, la dicha para algunos y la desdicha para otros de tener un hijo gay.

No es fácil abordar estos temas y sin embargo es necesario hacerlo, porque esto puede ser de ayuda a muchos padres y a muchos hijos que no encuentran la manera de desenvolverse frente a esta situación; porque nadie o casi nadie esta preparado para afrontar estos casos. A esto se le suma muchos problemas de religión, además de los prejuicios y rechazos de la sociedad.

Con respecto a este tema yo fui instruido durante muchísimos años dentro de la religión evangélica, hacía tareas dentro y fuera de la iglesia y sobre todo dedicaba gran parte de mi tiempo en visitar a personas privadas de la libertad.

Visite homicidas, violadores, delincuentes, traficantes, asesinos y de todo lo que uno se pueda imaginar que encontrarán en una cárcel.

Padre de seis hijos, educados en el trabajo, el estudio, la honradez y la enseñanza bíblica.

A uno de mis pequeños yo lo notaba más delicado que los otros varones, desde pequeño solía ponerse una mantita en la cabeza haciendo de pelo de mujer imitando a sus hermanas mujeres.

Solía reprenderlo porque odiaba la idea de que creciera sintiéndose mujercita y aunque trataba de inculcarle las maneras propias de los hombres; él crecía con una sutil inclinación hacia la mirada femenina. Por ejemplo: si mostraban a una joven por televisión, el no miraba tanto sus curvas, ni su belleza; sino más bien que zapatos lucía o que prendas femeninas, o algún detalle que generalmente los hombres no se fijaban.

Yo había sido una persona homofóbica porque en mi adolescencia tuve algunas experiencias desagradables con personas homosexuales que trataron de avanzar sobre mí y mantenía la actitud como casi todas las personas o por lo menos la mayoría; burlarme y despreciarlos.

Durante mi paso por la religión aprendí a tratarlos o por lo menos a dirigirles la palabra y a medida que mi hijo crecía yo aprendía un amor diferente y una tolerancia que antes no poseía, aunque siempre pensaba que mi hijo, con el pasar de los años no terminaría siendo gay sino heterosexual.

En mis viajes hacia las unidades carcelarias conocí a un hombre con el cual compartíamos el mismo trabajo de ayuda y contención a la gente privada de la libertad con el cual nos hicimos muy amigos y coincidíamos en muchas cosas.

Pasaron los años y un día el me confesó su problema, mejor dicho su drama, pues para el era un verdadero drama; su hijo era gay.

Lo veía perdido, totalmente perdido y había llegado a enfrentarse tanto que hasta llegaron a las manos, su hijo se fue del hogar para angustia de su esposa que sufría problemas del corazón y el no lo perdonaba.

Yo lo escuchaba, era lo único que podía hacer por el momento, porque él estaba totalmente convencido de que no había retorno, o su hijo cambiaba o mejor que no regresara al hogar. Sin embargo en mi corazón sentía el deseo de decirle: “Amigo, tienes que amar a tu hijo”.

Esta experiencia me habló mucho con respecto a mi hijo, yo sospechaba que el día iba a llegar, y la verdad saldría a luz, mi corazón verdaderamente atesoraba cosas que para mi eran totalmente nuevas y revolucionarias e iban en contra de todo lo que aprendí en los años de enseñanzas bíblicas.

Yo estaba preparado, realmente estaba preparado, el día en que mi hijo decidió blanquear su situación estaba tan preparado que no solo lo acepte, sino que también me alegré y le dije: “Dios me preparó para este momento”.

A partir de ese momento, con mi esposa quitamos una carga muy pesada de sus hombros, su angustia y aquellos momentos en que él se atormentaba pensando de qué manera yo iría a reaccionar al enterarme de su condición de gay habían ya pasado. Pudo dormir en paz y descansar su aquietada cabeza, su alma alcanzó el reposo que tanto necesitaba. Si, estaba en el lugar correcto, aunque otros no lo comprendieran, su papá, mamá y hermanos sí lo podían entender.

No le pedimos que cambie, ni pusimos ninguna especie de presión que no sea el aceptarlo tal como es y agradecer a Dios por ser así.

Muchos, lamentablemente muchos, utilizan los conocimientos que tienen de la Biblia, más para condenar que para salvar a las personas.

Se olvidan que cuando la Biblia dice: “Por cuanto todos pecaron” ese todo los incluye a ellos, no hace diferencia entre pecado y pecado.

Hay personas que creen que porque van todos los días a la iglesia y no miran a una mujer o a un hombre para codiciarlos están libres aunque se mueran de envidia porque otros prospera más que ellos o están llenos de celos porque nombraron a otro de diácono o cosas por el estilo.

Hablan de que la salvación es gratuita y por medio de creer en Cristo y se matan por hacer buenas obras, que no están mal, pero no son relevantes a la hora de ser salvados por Dios. Una persona puede tener una inclinación sexual diferente, pero ser pura de corazón, amable y delicada. Dios ha puesto ese desafío allí, para que los humanos y especialmente los cristianos deban vencer esa barrera, destruir los prejuicios y derribar la pared de discriminación.

Se entiende que la sociedad muchas veces inculta, muchas veces inmadura y cruel enarbole todo tipo de prejuicios con respecto a los homosexuales; pero no se entiende porque la iglesia, “instruida y culta” se llene de tantas ofuscaciones y use la misma vara, que Dios le ha dado para salvar a la humanidad, para señalar con ella a los homosexuales y pretender mandarlos al infierno.

Acepte a mi hijo con alegría, acepte a mi hijo con gratitud, esta situación me demandó subir un escalón más en mi escala de tolerancia, yo que había comprendido a tantos aturdidos detrás de una reja, dueños de lujurias, muertes y desdichas, porque no lo iba a entender a él, tan pequeño y frágil, aún con sus diecinueve años, que llegó hacia mi en busca de consuelo.

Toma tus alas y vuela, toma tus alas, se tu mismo y se feliz, que los prejuicios y condenas, ya tiene quienes lo propaguen y quienes lo prediquen.

Autor Charlypol