viernes, 23 de noviembre de 2012

El ídolo tiene pies de barro


La Historia misma tiene su figura ilustrativa y asombrosa, los grandes señores que han fundado los tiempos arrastran tras de si, sus propios apetitos y sus múltiples horrores.

Allá por el año quinientos o seiscientos antes de Cristo, emerge como un asta deforme por los tiempos, la célebre figura que el profeta Daniel interpretó para los siglos venideros, aquel célebre sueño del rey  Nabucodonosor.

La figura se alzaba imponente, gigante como los siglos, estremecedora y dominante tal, que hasta el mismo rey quedó enmudecido y sombrío. 
Ella era tan gigante como un ídolo, su cabeza era de oro fino y sus hombros y pechos de plata, su vientre y cintura estaba formada en bronce, y lo largo de sus piernas de hierro forjado y cementado como el mismo acero; pero ¡hay! la estatua tenía un gran defecto; sus pies eran de barro.

Lamentablemente en los tiempos políticos que nos toca vivir se hace clara e interpretativa aquella historia tapada por el polvo y carcomida por los siglos, cuando palpamos tan cerca de nuestras narices el olor del poder y vemos sus bajas intenciones.

El ídolo parece tener la dignidad del oro, la pureza de la plata, la justicia del bronce y la fuerza del hierro; pero lamentablemente sus pies son de barro. Parece hablar con la grandeza de un rey,  ser transparente y honesto como a la vez justo y moderado; sin embargo sus piernas de acero se apoyan con toda su fuerza y poder  en algo tan frágil y débil como el barro cocido.

Cuando uno ve el despreciable uso que hace el poder de la gente pobre, y como apoya su mandato en el débil proletariado quien por no poseer un salario digno pretende defender con saña el vil subsidio. Cuando uno ve al poder respaldándose en unos inocentes alumnos provincianos parodiando en su inocencia al supuesto oponente del poder, uno termina diciendo: "El ídolo tiene los pies de barro".

Cuando uno ve a la gente pobre esperanzada en un gobierno que no oye y que no ve, que solo aparenta brillar como el oro,  tener la elegancia de la plata, la virtud del bronce y la fuerza del acero; pero al final su omnipotencia radica en los desvalidos, en los niños, en los pobres y en aquellos quienes sin más que angustias y sin sabores entregan su dignidad. Uno llega a la terrible conclusión: el ídolo tiene los pies de barro.