martes, 25 de septiembre de 2012

                            Cuando la historia te pasa por encima
                                                                Relatos de un ateo

Recuerdo a mis dieciséis, yo trabajaba en un bar y almacén en la zona de Constitución, Bar Orense en la calle Humberto Primo esquina Luis Saens Peña, no sabía de política ni porque mi padre decía ser peronista, solo sabía que éramos muy pobres y él solía insultar cuando la suerte lo premiaba y estaba con una copa de más, y para culminar el resumen de su ira solía vociferar un "viva Perón" a los cuatro vientos.

Yo no entendía, ni porqué Perón, ni porque el no Perón; pero mi padre lo gritaba como un anhelo de justicia que nunca llegaría, trabajaba en el almacén de unos españoles, buena gente y muy trabajadora, así que yo debía cumplir con mi rutina de once o doce horas diarias incluyendo los sábados hasta altas horas de la noche.

Con mi padre no hablaba de política, solo compartía una botella de vino trescuarto que yo mismo llevaba y la charla amena de los domingos por la tarde, el único momento que le dedicaba ya que no vivía en casa, siempre habíamos sido gente pobre y trabajadora, es decir; que la suerte no había cambiado porque yo ahora trabajara en el almacén de los gallegos y mucho menos porque Perón haya vuelto a la Argentina.

Mi rutina era el trabajo, no conocía otra cosa desde que tenía siete u ocho años, ya sea que gobernara Onganía, Frondisi, Lanusse o el tan mentado Perón y a mis dieciséis seguía trabajando, aún más por sentir sobre mis espaldas la responsabilidad de poder ayudar a mis padres, trabajaba once horas para poder llevar la mitad de mi sueldo a casa, mercaderías a fin de mes y un vino trescuarto de buena marca que compartía con mi padre los domingos al atardecer, no era un burgués, no era un cabeza, que se yo lo que yo era, solo un muchacho que había escuchado puteadas a favor y en contra de Perón.

Un día en el almacén entro él, solía ser cliente asiduo del negocio; pero ese día parecía haber venido inspirado, quien sabe porqué ideas de revolución. Me preguntó si mis padres eran peronistas, le respondí que sí, mientras le cortaba el queso a máquina, y le despachaba un cuarto de galletitas Express, casi sin pensar en lo que le estaba diciendo. En eso él me preguntó si yo también era peronista, a lo que respondí: "no" también casi sin pensar anotando en el papel el costo de los productos.

De pronto una serie de insultos y de improperios salieron de su garganta, dándome cuenta que al momento este hombre había recibido una transformación sorprendente para mi. "Tus padres son peronistas y tu no" "Lo que haces es mear en contra del viento" no recuerdo muy bien que detuvo los insultos, si fue mi patrón que llegó oportunamente o el hombre después de descargar toda su ira se apaciguó alejándose satisfecho.

No entendía muy bien que es lo que había pasado, no sabía cual era mi falta, solo notaba que en el país pasaban esas cosas, gente gritando y golpeando el bombo a pocas cuadras de allí, las movilizaciones a Plaza de Mayo me resultaban pavorosas, creía que la gente no quería trabajar.
Yo era un ateo de la política, no podía entender el fervor de aquel sujeto, el creía en Perón como si creyese en Dios, consideraba un insulto no serlo, pero como predicador había alejado a un posible discípulo que simpatizaba más con aquel abogado de buen trato, que se consideraba un burgués porque tomaba un whisky con hielo y un sándwich de jamón crudo con pan negro.

Me resultaban más agradables las charlas amenas de aquel "burgués" que la intolerancia de aquel peronista fanático o los insultos al viento de mi padre borracho, que inspiraba más pena que odio o pasión. Yo era un adolescente golpeado por la vida, no entendía las injusticias, solo sabía que debía renunciar a mis anhelos de estudiar por el hecho de querer ayudar a mis padres, no creía que la solución fueran Perón o Isabel.

A mis diecisiete años solo había recibido insultos, e improperios, nadie había notado que clase de hijo era yo, nadie sabía que había renunciado a ingresar a la escuela de suboficiales General Lemos porque sentía el deber de llevar un poco de dinero a casa.
Como tampoco; nadie sabe hoy, a cuantos adolescentes los tildan de burgueses, gorilas, golpistas, barrio norte, u oligarca; pero nadie sabe si estudia, si trabaja, si ama, si sufre, nadie sabe...solo insultos,  solo improperios. Una vez más la historia vuelve a repetirse.   








      





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